El mes que cambió las fronteras de Europa

 

En menos de 30 días Crimea pasó de formar parte de Ucrania a pertencer a Rusia. El veloz referéndum y el oportunismo de Putin cambiaron el mapa europeo.

Hace 12 días, en Simferopol, una multitud de cosacos, vigilantes en uniforme militar y señoras mayores con gorros de lana se aglomeraron alrededor de una laptop para mirar un evento a 1500 kilómetros que transformaría su vida.
En el Kremlin, el presidente Vladimir Putin estaba firmando un tratado en virtud del cual Crimea se anexaba a Rusia. Con un simple trazo de pluma, reclamó una península que había formado parte de una Ucrania independiente desde la caída de la Unión Soviética en 1991, desatando la sacudida más violenta en el orden establecido de los asuntos este-oeste desde el fin de la guerra fría.
La movida fue denunciada por Ucrania, Estados Unidos y Europa y desde entonces provocó aislamiento diplomático y una escalada de sanciones. Pero en las calles de Simferopol, la capital de Crimea, reinaba la euforia.
En otros sitios, el ánimo no era en absoluto de festejo. Los tártaros de Crimea, los habitantes originales de la península y una de las minorías étnicas más grandes, no podían ocultar su consternación ante la anexión a Rusia, un país cuyo gobierno asocian con expulsiones masivas, discriminación y crueldad. “Está en nuestra sangre no esperar nada bueno de Rusia”, dijo Arzy Selimova, un editor de programación de la televisión estatal de Crimea. “Es como una memoria genética”.
La anexión coronó un mes dramático en el que los acontecimientos se sucedieron como una vorágine. Una semana después de la caída del gobierno de Viktor Yanukovich, el ex presidente de Ucrania, el 22 de febrero, las tropas rusas de operaciones especiales habían tomado control de Crimea. Poco después, los nuevos líderes pro-Moscú de la región programaron un referéndum sobre la anexión a Rusia. Dos días después de una votación cuyo resultado fue 97% a favor, Putin firmaba un tratado por el cual Crimea y la ciudad de Sevastopol pasaban a ser las regiones 84 y 85 de la Federación Rusa.
Durante el mes pasado, Crimea estuvo dominada por un clima exaltado de desafío, pánico y patriotismo que, por momentos, rayaba la histeria. Había personas que acusaban a los nuevos gobernantes de Kiev de fascistas que marchaban por Crimea para propagar la violencia y el caos. Algunos manifestaron que Europa obligaba a los ucranianos a casarse con personas de su mismo sexo como condición de un tratado comercial. Había colas en los cajeros automáticos y de pronto se generó demanda de estufas de gas en medio del temor de que Ucrania cortase el suministro eléctrico en Crimea.
Sin embargo, en vastas partes de Crimea, que adoptarán el rublo el lunes y ajustarán su reloj a la hora de Moscú a fines de marzo, el sentimiento de patriotismo hacia Rusia es genuino.

Una historia disputada

El Museo de la Flota del Mar Negro del centro de Sevastopol refleja el lazo emocional de Rusia con Crimea que ha existido desde que Catalina la Grande se la quitó al Imperio Otomano en 1783. Liudmila, una guía de turismo, lleva a un grupo de jóvenes oficiales de la Armada rusa por habitaciones dedicadas a los héroes de Crimea, hombres como el vicealmirante Pavel Nakhimov, herido mortalmente en 1855 mientras defendía Sevastopol.
“Sevastopol es el orgullo de la Armada rusa, de toda la nación rusa,” afirmó. “Es como si alguien te amputase el dedo y, desde ya, uno quiere reinjertárselo”. La región sigue honrando la memoria de los cientos de miles de soldados caídos durante la Guerra de Crimea de 1853 y la ocupación nazi de 1941.
Pero el amor a Rusia no es universal. Los tártaros de Crimea, alrededor de 13% de la población, han desconfiado de Moscú desde que Joseph Stalin los deportó a Asia central en 1944 por supuesta colaboración con los nazis.
A pesar de eso, en 1954 Nikita Khrushchev entregó Crimea a la República Soviética de Ucrania. Luego, cuando la URSS se disolvió en 1991, Putin dijo que su pueblo se entregaba a una Ucrania independiente “como una bolsa de papas”. Aun así, en un referéndum de diciembre de 1991, una mayoría de crimeanos apoyó la independencia. A fines de la década de 1990, el apoyo a la reunificación con Rusia apenas alcanzaba el 25%: un nivel sorprendentemente bajo, dado que las personas de etnia rusa constituyen el 60% de la población.
Con su escenario montañoso, clima subtropical y playas del Mar Negro, Crimea fue un popular destino soviético de vacaciones. El turismo mantuvo la región a flote durante las delicadas crisis económicas del período post-soviético. Pero muchos comenzaron a sentir que el gobierno ucraniano había llevado la región a la decadencia. “Crimea era una gema, un lugar hermoso y floreciente la primera vez que vine aquí”, afirmó Nina Grigorieva, un ama de casa de Simferopol. “Pero se la descuidó sobremanera”.
Las plantas industriales de la era soviética cerraron y el desempleo se propagó. Muchos sentían que el gobierno central estaba explotando la región. “Durante años, todo nuestro dinero simplemente iba a Kiev y nos daban cópecs a cambio”, sostuvo Alexander, gerente del hotel Agora de Alushta.

Ondas expansivas de Kiev

Los rusos de Crimea no se fiaban de la participación de la derecha y grupos nacionalistas en el malestar de Ucrania de los últimos meses. Sus temores se avivaron en febrero con la presencia de ministros en el nuevo gobierno de un partido con un pasado neo-fascista. El parlamento de Kiev también bajó de categoría el idioma ruso, si bien el presidente en ejercicio vetó la medida.
Los medios de comunicación rusos, con amplia difusión en Crimea, promocionaban con bombos y platillos el rol de los derechistas en el levantamiento. Acusaron a los manifestantes de ser seguidores de Stepan Bandera, un nacionalista ucraniano que se convirtió en un cuco soviético.
Sasha Gorlov, guardia de seguridad de Alushta, sostuvo: «Ucrania es revoluciones sin fin y cambios de gobierno. Y quienes están en el poder no hacen nada por el pueblo.»
Algunos sostienen que los crimeanos se dejaron llevar por las noticias de la televisión rusa y el constante bombardeo de propaganda anti-ucraniana. Pero Alexander Formanchuk, ex funcionario del gobierno local y actual director de la ONG “Círculo de Expertos de Crimea”, sostiene que la mayoría simplemente respondía al “crecimiento del nacionalismo ucraniano” en Kiev. “Sienten que sólo Rusia puede garantizar su seguridad”, dijo.
Los acontecimientos se sucedieron rápidamente. El 26 de febrero se celebraron manifestaciones opositoras en Simferopol, una en apoyo y otra en contra de Kiev. Esa noche, decenas de hombres enmascarados se apoderaron del parlamento de la región. Al día siguiente, Sergei Aksenov, un ex empresario matón con un pasado oscuro conocido como «Goblin», fue elegido primer ministro de Crimea.
En cuestión de horas, miles de soldados se apoderaron de lugares estratégicos en toda Crimea. En los días siguientes asediaron las bases militares de Ucrania, atrapando a los soldados en el interior e instándolos a rendirse. Los nuevos líderes a favor de Moscú organizaron un referéndum para el 16 de marzo para votar si la península debería unirse a Rusia.

Un referéndum rápido

Al día siguiente, un grupo de manifestantes solitarios se reunió en Simferopol en un monumento a Taras Shevchenko, un poeta nacional ucraniano, para manifestarse en contra del referéndum. “Quiero vivir en un país libre”, sostuvo Zinaida Kalnikova, un jubilado de 77 años. “Rusia va a querer convertirnos en esclavos”.
Refat Chubarov, líder de los tártaros, hizo un llamamiento a su comunidad para que boicoteara el referéndum: celebrarlo mientras las tropas recorrían las calles y en medio de una “bacanal legal” sólo “desestabilizaría la situación”.
Crimea se transformó rápidamente en una versión en miniatura de la Rusia de Putin. En dos semanas, un crisol de razas ligeramente deteriorado se convirtió en un bastión militarizado del poder ruso, con una oposición política aplastada, una sociedad civil cercenada y tensiones étnicas exacerbadas.
En los días posteriores a la invasión de Rusia, los principales canales de televisión de Ucrania se cerraron y sustituyeron por otros rusos funcionales a la propaganda anti-Kiev y pro-Moscú. Los activistas pro-Ucrania que habían llegado de Kiev fueron secuestrados por hombres no identificados.
“Es como Kristallnacht, cuando en cuestión de meses convirtieron a los alemanes en asesinos en serie”, dijo Leonid Pilunsky, un legislador pro-Kiev en el Parlamento de Crimea.
La campaña dejó poco espacio para los matices. No hubo oportunidad de votar en contra: los votantes podían optar por la unión con Rusia o aceptar la independencia de Ucrania en todo menos en el nombre. Las ciudades fueron empapeladas con carteles que instaban a la gente a votar por la reunificación. Un cartel mostraba dos mapas de Crimea, el de la izquierda cubierto con una esvástica nazi y el de la derecha con la bandera tricolor rusa.
Los monitores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa no estuvieron presentes. Pero otros observadores llegaron a dar el visto bueno a la votación, incluyendo a Mateusz Piskorski, ex miembro del Parlamento polaco que antes había participado en organizaciones nacionalistas y partidario entusiasta de las políticas del Kremlin en los medios de comunicación ruso.
Una vez finalizados los preparativos, se dejó en manos de los nuevos líderes crimeanos pro-Moscú que instaran a una participación plena. En un mensaje de video grabado en vísperas de la votación, Alexei Chaliy, el nuevo alcalde de Sevastopol, dijo que las personas podrían optar por honrar la memoria de sus antepasados que murieron durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Crimea, “o podemos admitir que somos un rebaño de ovejas que necesitan euro-pastores que nos lleven a la tierra de pastoreo prometida”.
El domingo pasado, día de la votación, el estado de ánimo en las ciudades de Crimea era optimista. En Sevastopol, canciones patrióticas soviéticas sonaban desde los altavoces, y en las mesas electorales se oían canciones de comedias clásicas soviéticas. “Estoy cansado de vivir de la manera que venimos haciéndolo”, dijo Natalya Stepakova, un ama de casa de mediana edad. “Somos un apéndice de Ucrania”.
Estaba claro por la tarde que la mayoría de los que se acercaron a votar optó por Rusia. En Simferopol una gran multitud se reunió en la plaza central, con banderas rusas y soviéticas, para escuchar a cantantes patrióticos rusos y al coro de la Flota del Mar Negro. Un maestro de ceremonias extático gritó a los que marchaban “¡Crimea, Primavera, Rusia!” Una banda comenzó a tocar el himno nacional ruso.

Un futuro incierto

Como la anexión de Crimea a Rusia se anunció dos días después, las celebraciones se vieron empañadas por las primeras víctimas mortales. Dos hombres fueron asesinados en una base militar en las afueras de Simferopol cuando ingresaban las fuerzas pro-rusas. Al día siguiente, el cuartel general de la Armada de Ucrania en Sevastopol fue asaltado por las tropas rusas, que rápidamente levantaron su bandera tricolor sobre la base.
Es posible que el derrumbe de la economía sea más duradero. El martes, hombres armados y con máscaras se apoderaron del concesionario de autos Bogdan Avtosalon en Simferopol.
Algunos empresarios se preocuparon por el futuro de una región fuertemente integrada a Ucrania. “Va a haber un bloqueo económico de Crimea”, dijo Ibrahim Zinedin, un tártaro que comercializa materiales de construcción. “Ucrania podría cortar el suministro eléctrico y dejarnos sin agua potable”.

Traducción: Viviana L. Fernández

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