A EE.UU. cada vez le cuesta más mantener el liderazgo global

U.S. President Barack Obama speaks during a visit to Bladensburg High School in Bladensburg

Los ideales universales fueron sustituidos por un realismo duro. Más allá de las debilidades de Obama, es difícil pensar que quien lo reemplace puede revertir la tendencia.

Cuando el senador Obama habló ante un público que lo adoraba en Berlín en 2008, prometió “rehacer un mundo nuevo”. Hoy le cuesta trabajo convencer a los alemanes de que no está espiando a sus líderes. Puede ser que ningún presidente de EE.UU. pueda restablecer el liderazgo global tradicional de Norteamérica. El peligro no es que China tome su lugar como garante de la estabilidad global; Beijing no está tratando de conseguir ese papel. Es bajo la conducción de Obama, o quienquiera que le siga en el poder, que a EE.UU. le será cada vez más difícil desempeñar ese rol. Desde los Urales hasta el Mar del Sur de China, crecen las señales de que disminuye la influencia de Norteamérica.
La última “verificación de la realidad” de EE.UU. sucedió la semana pasada cuando estuvo cerca de fracasar el proceso de paz árabe-israelí. Habiendo hecho lo imposible por mantenerlo en marcha y después de 12 visitas a la región, John Kerry, el secretario de Estado de EE.UU., no está fallando por falta de esfuerzo. Tampoco ha sido abandonado por la Casa Blanca. La verdad es que EE.UU. tiene una influencia limitada en ambos lados. Kerry recién dejó en evidencia la pobre influencia de EE.UU. la semana pasada con su oferta de liberar a Jonathan Pollard, el espía israelí, a cambio del compromiso mínimo por parte de Israel de seguir participando en el proceso. Esa noción fue rápidamente abucheada y desechada.
El éxito de la hegemonía de EE.UU. proviene de su capacidad de magnificar su poder a través de la amistad. Sin embargo, ha disminuido su habilidad de apoyar a sus amigos y generar nuevas amistades que los sustituyan. El mes pasado, Obama hizo su primera visita a Bruselas y su discurso allí fue bien recibido, aunque en ningún momento fue interrumpido por aplausos. Sin embargo, no hay duda de que con su viaje logró convencer a Alemania, Inglaterra y otros países a tomar una postura más dura frente a Rusia. La habilidad de EE.UU. para contener a Putin dependerá de que se construya un gobierno viable en Ucrania. La probabilidad de que eso suceda es baja. La visita de Obama tampoco brindó nueva vida a las negociaciones sobre el Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión (TTIP), como muchos esperaban. Si el lobo ruso no puede unificar Occidente, ¿quién podrá hacerlo?
Mientras sus aliados más cercanos se debilitan, se vuelve más difícil para EE.UU. reemplazarlos por otros nuevos. No se puede acusar a Obama de no intentarlo. Desde que asumió, hizo acercamientos con India, Brasil e Indonesia y hasta con Rusia, durante el breve período en el que Putin era el segundo del entonces presidente ruso Dimitri Medvedev. En la mayoría de los casos, EE.UU. fue rechazado o ignorado. Tras comenzar su mandato en un frenesí de idealismo, Obama lo reemplazó casi en su totalidad por pragmatismo. Los ideales universales fueron sustituidos por un realismo duro e inflexible. Pero ese cambio influyó poco en los resultados.
Arabia Saudita sigue distanciándose de EE.UU. porque considera que está abdicando su liderazgo en el Medio Oriente. India no se siente obligada a apoyar a Norteamérica en los grandes temas. Turquía, al igual que el Golfo, está molesta con la tímida respuesta de Washington a Siria. Y Paquistán, igual que Afganistán, que tuvo su primera vuelta de elecciones presidenciales el fin de semana, ignora con más facilidad las advertencias de Washington. En Brasil, Dilma Rousseff canceló la primera visita de Estado de su país en 20 años en protesta por el escándalo de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA).
Parte de esto se puede atribuir al déficit de atención en la diplomacia que padece Obama. En su discurso de Bruselas no mencionó el escándalo de la NSA, pese a que ése haya causado en gran parte la desconfianza europea. Sus esfuerzos para darle nuevo impulso al TTIP fueron como mucho, nominales.
Pero el problema va más allá de las debilidades de Obama como presidente. Hace setenta años, EE.UU. impuso un conjunto de instituciones globales en el mundo que consagraban sus valores universales. Hoy Bretton Woods y la ONU se resquebrajan. Ningún país, ni siquiera Norteamérica, puede reinventarlas. No importa si EE.UU. está dirigido por un multilateralista o unilateralista, los valores subyacentes también están siendo desafiados. El mundo está volviendo a tener poderes regionales firmes y una hegemonía debilitada. Es difícil creer que quien reemplace a Obama tendrá mejor suerte para revertir esta corriente.

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