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2013Una historia de solidaridad y coraje en el maratón porteño
Roberto Cárcamo es el primer atleta asistido que completa los 42 kilómetros. El campeón argentino Oscar Cortínez empujó su silla de ruedas. 9.154 corredores participaron el pasado 13 de octubre de la competencia.
El que se alza a lo lejos, entre el cielo ceniciento de la Costanera, es Oscar el Indio Cortínez.
El que avanza con él, desde su silla especial, es Roberto Cárcamo.
Más que correr, vuelan. Hay que apurarse para sumarse a ellos, darles eso que en el maratonismo se llama “apoyo”. No es fácil inflar el pecho y seguirles el ritmo. Llevan dos horas al galope y están decididos a terminar la carrera con méritos, porque a esta competencia de Buenos Aires vinieron a cumplir su sueño y el de otros que apenas pueden imaginarlo.
“Un hombre solo no puede. Ningún hombre solo. Un hombre solo, haga lo que haga, no puede conseguir nada”. Correr al lado de Oscar Cortínez y Roberto Cárcamo, argentino de 50 años con parálisis cerebral, alcanza para redoblar esa frase de Hemingway y aclarar que, de a dos, algunos hombres no conocen el límite de nada. Ayer a las 10.54 Roberto se convirtió en el primer deportista asistido en completar un maratón.
Lo hizo junto con un atleta de la talla de Cortínez, ocho veces campeón argentino y atleta olímpico.
Juntos alcanzaron la meta en 3 horas y 22 minutos. El Indio fue el encargado de correr los 42 kilómetros del circuito impulsando una silla especial, con asiento ergométrico y ruedas de ciclismo. Se trató del puntapié para un movimiento pionero en Latinoamérica, el de laFundación para el Atletismo Asistido.
Se trata de una organización que hoy cuenta con 23 atletas que, como Roberto, poseen alguna discapacidad. En el caso de Cárcamo, una lesión que afecta el aparato locomotor. “Para mí este es un desafío. Uno más”, le aseguró Roberto a Clarín un día antes del maratón.
No es un improvisado. Para llegar en las mejores condiciones, Cárcamo practicó con el Indio y se dedicó con el alma a sus clases de psicomotricidad y equinoterapia en compañía de Mariel Lezcano, su psicomotricista desde hace 20 años. Fue ella, amante del running, quien hace dos años le propuso a Robbie (así lo llama) correr juntos en el marco de la Fundación.
Hubo dos aliadas más: Emma y Pampa, dos labradoras que ayudan a Roberto a través de la terapia con animales. Feliz, Pampa fue una de las primeras en recibir al deportista asistido: se abalanzó sobre él para saludarlo a escasos metros de la llegada.
En su casa de Palermo, Roberto usa una computadora con una precisión matemática. Responde preguntas largas (no le gustan nada los errores de ortografía), muestra el Facebook de las asociaciones en las que participa (pone énfasis en La Casita de Emma) y busca videos de sus competencias a caballo. Es que su discapacidad motriz no le impidió montar decenas de caballos en su vida. “Más de 80”, precisa entre risas. Si ese logro parece grande, hay que ver este: es el primer bachiller argentino con discapacidad en realizar el secundario a domicilio. Lo hizo en apenas dos años.
Roberto ya había participado el mes pasado de un medio maratón. Cuentan quienes lo acompañaron que, cuando el cansancio se apoderaba de una de las corredoras, arengó con humor: “¡Dale! Tenemos que ganar, ¿querés que me baje y empuje yo?”.
Parecida a esa frase fue la consigna de la movida solidaria de ayer“¿Quién impulsa a quién?”. La Fundación para el Atletismo Asistido buscó recaudar fondos a partir de un mecanismo sencillo: cada persona voluntaria podía sumarse como “apoyo” en alguna de las postas del recorrido y donar 100 pesos por cada kilómetro que acompañara a Roberto y al Indio. Así, estos dos atletas fueron acompañados con un objetivo claro: recaudar fondos para que los 23 integrantes de la fundación tengan su silla, ya que solo contaban con dos. Es que el elevado precio (cada una cuesta mil dólares) es la verdadera causa por la que no pudieron participar más atletas asistidos del maratón. Hubo, sin embargo, otro participante que corrió con una nena con discapacidad en un asiento especial propio.
Feliz y entusiasta, Roberto es atento y amable: deja pasar a las damas primero y envía mails de agradecimiento a quienes se interesan por su historia. Está lleno de sueños: el primero, jugar al fútbol, pero le falta la silla automática. El segundo, tener su propio caballo. “Cuando empezamos con Roberto, él no caminaba. Hoy puede pasarse de una silla a otra. No hay techo, no se sabe nunca dónde se puede llegar”, explica su psicomotricista, la misma que lo abrazó con fuerza en la llegada.
“Amo el maratón, a mí el deporte me dio todo”, le confesó Cortínez aClarín tras la carrera. Hizo una pausa. El sol salió por primera vez en la mañana. Como pudo, con un llanto que le cortaba la voz, el Indio siguió: “Para mí esto fue un sueño, una forma de devolver al menos algo”.
Fuente: Diario Clarin